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Nadie, ni aquéllos que han llegado como producto de revoluciones violentas en sangre, tiene derecho a destruir a un país.

Los resentimientos personales, los traumas psicológicos de los líderes son hechos a un lado al momento de pensar en soluciones mayoritarias. Saben lo mucho que está en juego en términos económicos e históricos.

Tras dos intentos fallidos Andrés Manuel López Obrador no llegó al poder por una revolución, sino por la vía democrática. Sin embargo, al término de su mandato deja a un país destruido. Sin seguridad, con impartidores de justicia que serán a modo, con una crisis económica en ciernes que agravará la prestación de servicios de salud, educación y hasta a sus programas sociales.

En nada se asemeja AMLO a los héroes patrios que ornan la documentación gubernamental. Emiliano Zapata, por ejemplo:

Cuando los zapatistas tomaron Ciudad de México, a pesar de tantas agresiones con las que cargaban, pese a sus resentimientos, jamás varió un ápice su comportamiento con la ciudadanía. A cuanto domicilio llegaban a pedir comida, su conducta reflejaba humildad y agradecimiento. Y eso que eran los más violentos: los ¡Atilas del Sur!

Las relaciones diplomáticas con el resto del mundo civilizado también quedan en riesgo, principalmente con nuestros socios comerciales Canadá y Estados Unidos.

Porque no nada más están presentes las ya dos declaraciones de Washington y una de Ottawa a través de sus embajadores sobre la peligrosidad de la Reforma Judicial que, entre otros varios peligros, abre la puerta a los capos del crimen organizado para que ellos mismos nombren a sus jueces, también está ahí –recuérdese– aquella aseveración que, con ánimo diplomático, para no involucrarse demasiado en el tema, hiciera el ‎jefe del Comando Norte de Estados Unidos, Glen D. VanHerck, quien aseguró que “narcóticos, migración, tráfico humano cubren el treinta o treinta y cinco por ciento de México”.

Un tercio del país, quizá ya más, en donde no hay presencia del Estado. Un tercio del país que López Obrador dejó en manos de los delincuentes.

En aquella ocasión VanHerck subrayó los riesgos de inestabilidad que crean el Cartel de Sinaloa y el Cartel Jalisco Nueva Generación, dos de los ejércitos mercenarios que son complacidos por el gobierno de la Cuarta Transformación. Dijo que en su relación con las Fuerzas Armadas mexicanas había advertido de las tragedias que provocan. Pero nadie le hizo ningún caso.

Señaló entonces que hay que detener las oportunidades que crean para que actores malignos como China y Rusia puedan tener acceso e influencia directamente ‎en su frontera sur. Las advertencias se dieron en un momento en que Joe Biden iniciaba una ofensiva contra la intromisión de Vladimir Putin en las últimas elecciones norteamericanas en favor de Donald Trump.

‎A raíz de las declaraciones tonantes de VanHerck volvió a pasearse frente a la puerta de Palacio Nacional el fantasma de Manuel Noriega, aquel cacique panameño que fue defenestrado por los marines de Ronald Reagan por oponerse a las reglas del acuerdo contra el tráfico de drogas. Es importante no olvidarlo.

Ya casi está prácticamente rota la relación bilateral con los Estados Unidos, con Canadá y con los socios europeos, que además de las reformas que este mes, a troche y moche, aprobarán los legisladores de Morena, ven con preocupación la andanada de sandeces que discurre diariamente desde el púlpito de las matinés palaciegas.

En los peores niveles del descrédito

Cuando los errores cuestan vidas y empujan a un país hacia el desastre el creciente poder de la opinión pública interna e internacional puede constituir el último punto de resistencia que se tiene a la mano. No porta armas de destrucción masiva, ni tiene facultades ministeriales, pero cuando menos desnuda a los fantoches.

‎El mundo de la burocracia empoderada es un tiradero, está lleno de impostores, sentenciaba el tango “Cambalache”, una de las más rotundas expresiones del pensamiento popular argentino de los años cuarenta del siglo pasado. Todo sigue igual.

Cambiarse de camiseta, envolverse en piel de oveja, traicionar los principios ideológicos esenciales y aparentar lo que no se es sigue formando parte de ancestrales truculencias que ya no pueden sostenerse, sin pagar un costo político demasiado caro, obtuso y afortunadamente necesario.

El patetismo de la corrupción, la impudicia y la incongruencia se revela en toda su magnitud, cuando las banderas, las posiciones y las declaraciones de los dirigentes son desmentidas cruelmente por su conducta. Casi nadie los salva. Los ejemplos cunden en todas latitudes.

Ante la práctica sistemática del engaño y la mentira, las antiguas hipótesis de la razón de Estado se han desplomado para alegar buenas intenciones, hasta caer a niveles de descrédito nunca revelados.‎

‎Los organismos internacionales, los que manejan las orientaciones, tendencias y objetivos de los países occidentales, han entregado recientemente sus informes y conclusiones sobre el ritmo y el rumbo de las economías. Como todos los meses de abril desde que tenemos memoria, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional sacaron la baraja.

Estos organismos a los que el gobierno mexicano se ha ceñido a pie juntillas y línea por línea en sus recetas desde el neoliberalismo para acá ha dado un veredicto sobre el gobierno de la supuesta transformación: el poder de compra real de los mexicanos es similar al país africano de Botsuana. Venezuela y México están en ese mismo casillero. Y así, casi ya no tenemos para cuándo.

Esto era en abril, para que nadie crea que los informes son posteriores al desastre de la Reforma Judicial.

‎Según el Banco Mundial y su óptica en abril de este año, la economía mexicana aumentó la capacidad de generar riqueza en los últimos años. La prueba es que tenemos en nuestras filas al cuarto o quinto multimillonario del planeta, pero ha mostrado el peor de los retrocesos en su capacidad de distribuirla o de ocuparla.

Antes del inicio del gobierno actual, México se consolidó como una de las primeras doce economías del mundo, pero ya cayó al vigésimo, al número 70 en cuanto a ingreso por habitante y al lugar 90, si éste se mide por la capacidad real de compra, rango comparable a los más atrasados países del llamado continente negro.

Pero el pueblo está feliz, feliz, feliz

‎La medición es demasiado generosa con la cifra fría del producto nacional bruto, que representa la suma del valor agregado por todos los agentes económicos residentes en el país, más algunos impuestos cobrados, así como ingresos por compensaciones a empleados o por rentas, descontando los subsidios.

Algunos chairos de la burocracia morena que despachan en las caretas hacendarias o económicas, con Rogelio Ramírez de la O al frente del timón y al garete en la tormenta, pueden tomar esta decisión casi filantrópica como pretexto para alegar que estén apoyando la ocurrencia de medir la felicidad, así como suena, en lugar del producto interno de la economía, el poder de compra o los ingresos de la población.

Aquí es mejor medir la felicidad, por designio del dedo mayor. Con orientaciones que definen su apego por un pasado que nunca volverá, para el bien fundamentalmente de los pobres y de la honestidad valiente.

Si hablamos de corrupción y de la indolencia con nuestros impuestos desde el gobierno, cada vez cantamos mejor, dado que ya ocupamos el deshonroso lugar de entre los últimos en la aplicación del Estado de Derecho. Y esto en sólo cinco años. Dicen que vienen tiempos mejores, pero seguro que serán peores.

‎Desafortunadamente para México ahora está clasificado en medio de los países más atrasados del antiguo Pacto de Varsovia, Croacia y Eslovenia, con cerca de siete mil dólares de ingreso per cápita muy delante de nosotros. Para colmo, a nivel regional, el mejor país latinoamericano en cuanto al ingreso nacional por habitante es Trinidad y Tobago, nuestro ancestral pargo en las competencias futboleras.

El progreso en el planeta no es parejo y en muchos países de África y América Latina, incluyendo México, la pobreza se acelera y aumenta incontenible.

Para más datos duros, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe destroza cada vez que se puede a la economía mexicana y a su manejo. Estamos abajo de la tabla de la competencia entre los diecinueve países considerados por el organismo de la Organización de las Naciones Unidas para pasar a la báscula.

‎Tal parece que estamos condenados a repetir el viejo sonsonete, consistente en que, si la realidad no se ajusta a nuestras palabras y acciones políticas, es peor para la realidad. Como México no hay dos, sea gobernado por un neoliberal o por un iluminado transformador. Lo que escasea es el sentido común, la lógica, la inteligencia y la intuición.

Y mientras, en todos lados se hacen apuestas sobre la real capacidad de López Obrador para enfrentar a todos sus molinos de viento.

Indicios

En su matiné del 2 de enero de 2023, AMLO narró: “Ayer venía en el avión de regreso y un señor se paró con su teléfono y tengo unas cosas que decirle, ¿no se enoja? No, no para nada, para nada, lo hago con respeto, lo escucho”, habría respondido el tabasqueño. -”Entonces, ¿por qué está usted destruyendo al país?, ¿usted sabe que es uno de los gobiernos más corrupto que ha habido en México?, ¿por qué quería o quiere destruir el INE?, ¿por qué las empresas están cerrando y no tienen empleos los trabajadores? Y me dice se lo digo con respeto. ¿Qué me puede usted decir? Porque tengo otras cosas», habría cuestionado su interlocutor, a quien, según esto, le respondió:

“Le digo ‘ya con eso tengo, mira, lo que te puedo decir es que entre nosotros no nos vamos a poder entender porque somos distintos y yo te respeto y que bien que me planteas esto con respeto, me hablaste del bien común’, le digo, ‘y busca el origen el término, cómo se aplica en México, y ¿para qué te respondo? mejor sigue tu camino, ya no es posible que tu cambies y ni yo voy a cambiar mi manera de pensar’.” * * * Por hoy es todo. Gracias por su lectura a este Índice Político. Le deseo, como siempre, ¡buenas gracias y muchos, muchos días!

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