Compartir

Crece la revuelta social de mujeres contra las violencias que les azotan. Las protestas no son nuevas pero nunca se había producido una adhesión tan grande a esas causas.

Es un acontecimiento político porque esa revuelta busca cambios en el Estado y en la sociedad para eliminar la violencia estructural contra las mujeres y también para conquistar derechos y las garantías de estos.

En México, las celebraciones del Día Internacional de las Mujeres el 8 de marzo se han llevado a cabo desde los años treinta del siglo XX. El paro de mujeres se ha realizado en los dos años anteriores. Mas festejo y protesta tenían poca trascendencia. ¿Qué ocurrió para que ese día y ese paro de mujeres se pudieran celebrar, como será sin duda, en forma multitudinaria y se ubicaran en el centro del comentario público? ¿De qué manera una vieja lucha llega a su tiempo de alcanzar enorme relevancia?

Es evidente que no existen reglas generales para responder esas preguntas. Pero, en términos concretos, tenemos una combinación de factores, desde la persistencia de la larga lucha de los movimientos feministas y agrupaciones de mujeres hasta una violencia de género mayor y que se denuncia más. Es un proceso de acumulación.

A partir de los años noventa del siglo pasado se produjo algo así como una crisis de feminicidios en Ciudad Juárez que llegó a provocar conmoción. Se sabe que no era sólo Chihuahua sino que esa entidad mostraba cifras y crueldades asombrosas. Los agrupamientos contra la violencia de género crecieron en cantidad y calidad, empezaron a crear conciencia, a precisar sus categorías y a desmontar la ideología machista que contribuía a soslayar la creciente violencia contra las mujeres.

Al tiempo, fueron avanzando organismos y movimientos de lucha en favor de derechos tanto formales como sustantivos de las mujeres.

Pero, de un momento a otro, todo aquello que era paulatino se ha convertido en revuelta social.

Los movimientos de mujeres y los feminismos mexicanos no han actuado al margen de la realidad nacional sino que forman parte de la misma. Esto que es obvio puede servir para aproximarnos a la búsqueda de relaciones entre fenómenos distintos pero contemporáneos. Las luchas de las mujeres suelen ser políticas cuando van más lejos de la exigencia concreta de justicia en tal o cual caso de violencia y se lanzan a la búsqueda de justicia en general, levantando al mismo tiempo, una y otra vez, sus banderas de derechos sustantivos.

Las décadas de acción política de los feminismos y movimientos, sus demandas de leyes, normativas, protocolos, sistemas, políticas públicas, acciones de gobierno, así como sus críticas de los medios de comunicación, sus elaboraciones teóricas, conjugadas con las incansables denuncias y protestas, se han encontrado con muy recientes apoyos que están siendo multitudinarios. Es el momento en que ya se puede hablar de algo nuevo en la conciencia y la práctica de millones de mujeres.

Lo nuevo que está enfrente debe tener también algo que ver con el cambio político nacional que se produjo en 2018. No me refiero a esa propaganda de que el gobierno actual es feminista porque eso es imposible y, por ende, decirlo carece de bases de sustentación. Aludo a un clima político nuevo, tanto porque se demostró que era factible desalojar del gobierno federal a la mancuerna conservadora, como porque estamos en un momento en que la protesta no es bien o mal vista en los medios oficiales sino que, guste o no en cada caso, se admite como parte de la realidad.

Las derechas se han fisurado ligeramente. Algunas de ellas han abrazado el «feminismo», constriñendo éste al repudio de la violencia contra las mujeres. Otras, de plano, se siguen diciendo ignorantes del contenido de género del feminicidio y otras violencias, como parte de su tradicional negación de la opresión que sufren las mujeres.

Cuando ocurren grandes cambios en la conciencia social, las derechas suelen mostrarse confundidas porque no se los explican. Eso es lo que ocurre ahora. Sin embargo, a diferencia del gobierno, los feminismos y, en general, los movimientos de mujeres no parecen mostrar preocupación de que algunas de esas derechas busquen colgarse del avance de la conciencia de quienes hacen la revuelta justamente dirigida contra el sistema de género que los reaccionarios y conservadores mantuvieron y construyeron durante tantos años de predominio.

Dentro de un análisis aún más arriesgado se podría decir que esta revuelta social añade un elemento aún más innovador dentro de la situación del país, ya que podría estar surgiendo un sujeto político de masas sin adoptar la forma de partido, sindicato, agrupación patronal, clero o poder económico, sino de algo inusitado: las mujeres. Y, en la medida en que las acciones de ellas sean amplias, frecuentes y programáticas, ese nuevo sujeto podría ser cada vez más influyente.