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Por Adrián Curiel Rivera

Gabriela Guerra Rey ha sacado a la luz Nostalgia, una era imaginaria. Un original y esclarecedor ensayo sobre la nostalgia como sentimiento imperante en la trilogía novelesca del escrito cubano Eliseo Alberto Diego (Lichi), quien se hiciera acreedor, ex aequo, junto con el nicaragüense Sergio Ramírez, del primer premio Alfaguara en 1998 por su obra Caracol Beach

Siendo la propia autora novelista, cubana y exiliada, como lo fue Lichi en México, da prueba de una admirable versatilidad para adaptarse al género ensayístico y contagiarnos, con una prosa finamente hilvanada, su pasión por un corpus narrativo conformado por La eternidad por fin comienza un lunes (1992), la referida Caracol Beach La fábula de José (1999). 

Los vasos comunicantes de esta trilogía se atraviesan y convergen en una poética de la nostalgia, cuyas primeras fuentes la autora sitúa en el destierro de Ulises en la Odisea. Focaliza, en el caso cubano, en José María Heredia; para luego tender lazos sorprendentes con otros autores de la isla que han sufrido el destierro, como Reinaldo Arenas o Guillermo Rosales. 

Si bien las novelas plantean diversos conflictos argumentales, las hermana la paradójica condición de referirse todas a ellas a la patria perdida para siempre, esa gran ausente; la isla enquistada en la memoria, con su mar y sus tormentas recordados con dolor en otra tierra. La nostalgia se enmaraña con la circunstancia del exilio, doble expulsión de la que hablaba Sergio Pitol cuando no se halla consuelo en el país de acogida ni se puede volver al terruño —incluso aunque se retorne a él físicamente—, porque el eterno desterrado ya es otro, como otros son su pasado y sus afectos en la sociedad abandonada. 

Ante ello, como demuestra Gabriela, Lichi, el último gran escudero del realismo mágico después del boom latinoamericano, íntimo de Gabriel García Márquez, esgrime el recurso de la imaginación literaria, se rebela ante la realidad y crea el cronotopo Caracol Beach: una ciudad de transfiguraciones asombrosas —vinculada con lugares históricos del exilio, como Miami y Cayo Hueso—, donde gozan y lloran sus personajes, y donde él mismo se vuelca en numerosos alter ego que expresan su desacuerdo a través de la ficción y de una melancolía perenne. Si La eternidad por fin comienza un lunes puede interpretarse como una novela del reencuentro y la expiación a través del amor; si Caracol Beach es un texto sobre un cubano enajenado y habitante del exilio total, que busca su muerte, y la Fábula de José, una metáfora de las cárceles de nuestra existencia —llámese Ítaca, un calabozo o un zoológico—, en cada una de ellas resurge o, mejor dicho, prevalece, la nostalgia. A veces como una enfermedad incurable, según la catalogó el médico suizo Johannes Hofer. Otras, en línea con la tesis de Svetlana Boym, como una posibilidad restaurativa o reflexiva, o la esperanza postrera de aminorar el desasosiego. 

La obra de Gabriela explica la nostalgia como una nueva era imaginaria, en consonancia con la teoría de uno de los más importantes íconos del grupo Orígenes en Cuba, José Lezama Lima: un mundo alternativo de imágenes esculpido con la fuerza reparadora del arte, que es universal, pero también de cada uno. 

Tras la concesión del premio Alfaguara, uno supondría que la obra de Lichi hoy sería ampliamente conocida y leída, al menos en Hispanoamérica. La realidad es otra. Gabriela, además de deleitarnos con un magnífico ensayo que rehúye la pedantería académica y la obsesión por las citas de autoridad, ha dado un paso decisivo para que esa tendencia comience a revertirse y Lichi ocupe, al igual que la bailarina Anabelle en la caja de terciopelo construida por el mago Asdrúbal en La eternidad…, un lugar para siempre en el corazón de los lectores. ¡Enhorabuena!