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Para cuando terminen ustedes de leer estas líneas, muy probablemente habrán fallecido 111 mil personas en el planeta a causa del Covid-19. También será muy probable que ya ustedes conozcan de primera mano a algunas personas contagiadas o, en el peor de los casos, a alguno de ellos fallecido. Ya no es “el primo de un amigo”. Ya será gente con voz y rostro.

¿Qué lecciones hemos aprendido? Parece que muy pocas.

Tengo presente cuando, allá por fines de marzo, con una expresión de verdadero miedo el doctor Hugo López Gattel alertaba: “Quédense en casa, quédense en casa, quédense en casa…” Su llamado ocurrió dos semanas después de que Andrés Manuel López Obrador incitó a la gente: “¡Salgan, reúnanse..! Yo les voy a decir cuándo tienen que guardarse. No pasa nada…”

Después vino el baile de las cifras y las fechas de López Gattel. Nunca me quedó claro por qué utilizó el método de Centinela del seguimiento epidemiológico, que solo aplica para enfermedades cuyo comportamiento es conocido.., que no es el caso del coronavirus.

Tampoco entendí por qué López Gattel dijo que el número de contagios debía multiplicarse por ocho, cuando otros expertos indicaban que debía ser por 25. No es el número importante per se, sino por saber de qué tamaño era el monstruo y cómo se movía.

E inexplicable me resultó que la pandemia se hubiese politizado. AMLO declaró el 31 de marzo: “No es el coronavirus, ni siquiera es la crisis económica lo que les preocupa (a nuestros adversarios). No, lo que está en juego es (…) si sale adelante la 4T o si regresamos a régimen de la corrupción”.  Me pregunto qué tiene que ver un virus despiadado con este gobierno o los anteriores.

Otro aspecto poco claro es por qué el gobierno escogió el número de camas disponibles  como un indicador de éxito. Asumo que la autoridad sanitaria no quería colapsar el sistema de salud y mandara a la gente a su casa, pero muy pronto quedó demostrado que la atención temprana evita muertes. Y de la aplicación de pruebas.., pues ya ni hablamos.

Sigo sin explicarme por qué aun a estas alturas de la pandemia nadie ha declarado obligatorio usar todos, ¡pero todos..! el cubrebocas hasta en el último rincón del país para proteger de otros y de sí mismos a esa franja de la población cuyo jefe debe salir a trabajar o no comen -¡médicos incluidos..!-. AMLO dice que la “sana distancia” es suficiente; ¡cómo se ve que no viaja en el Metro!

 Y miren ustedes, porque conozco a mis compatriotas, siempre rejegos a la protección si estorba a la diversión, me cabe en la cabeza  que organicen fiestas y jolgorios mayores. Llevamos ya nueve meses de confinamiento y todos estamos agotados, paro aún así no se entiende que si la gente quiere celebrar la vida, como que no le importa o no piensa en hacerlo sin orillarse a la muerte.

Del lado económico, nunca entendí por qué si existe un subejercicio presupuestal de 49 mil millones por subejercicio en 2019, más otros fondos y ahorros de los que tanto ha presumido AMLO, su gobierno se rehusó a apoyar a las PYMES. Como si tuvieran el tamaño y la fortaleza de Grupo Carso.

Nunca he entendido por qué si el presidente de todos los mexicanos nos ha llamado a la unidad pero no deja de pelear con los medios y con los empresarios, de ignorar a las mujeres, de descalificar a las organizaciones sociales.., ¡de despreciar a los gobernadores..!, cuando pudo haber hecho éste el momento para engrandecer su liderazgo ante la tragedia.

Pero sobre todo lo anterior y mucho más que no cabe aquí, ignoro por qué nunca rectifica sus errores.

Ahora viene el largo y complejo proceso de vacunación. Tomará más de un año cubrir a toda la población, por lo que habremos de convivir los vacunados con los que sigan en riesgo. Será difícil. A ver si aprendemos las lecciones que nos esperan.